Humillación y Exaltación de Cristo
Filipenses 2:1-11
Por tanto, si
hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión
del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi
gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma
cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad,
estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno
por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en
vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma
de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se
despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y
estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo
sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de
Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y
debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para
gloria de Dios Padre.
Dios, siendo
Dios, se hizo hombre… cuán grande muestra de humildad es esa, ¿Cuántos de
nosotros buscamos y aceptamos la humildad?, piensa en tu vida y busca las veces
en que has decidido ser humilde, ¿son tantas como las que te gustarían que
fueran?, a mi me cuesta ser humilde y humillarme en todo momento. Cristo es mi
consolador, pero no siempre quiero consolar al que sufre; Dios es el amor
mismo, pero no siempre quiero amar a los más cercanos a mí; busco la comunión
con el Señor, sin embargo no tengo tiempo para buscarle; no hay mayor afecto
para mí que el que viene del Padre y no siempre muestro afecto para con los
demás; el Señor renueva su misericordia cada día para conmigo, sin embargo no tengo
misericordia con mis hermanos. Como hermanos en Cristo debemos buscar esa
comunión de humildad entre nosotros, de manera unánime, viéndonos como menores
a los demás, no buscando el beneficio propio, si no buscando la gloria y honra del que nos amó primero.
Más allá
de lo que nos hemos convencido que somos, más allá de los que un ministerio nos
ha dado, más allá de lo que la gente nos dice que hemos logrado, más allá de lo
que hasta ahora tenemos, la obediencia a Dios es gran muestra de nuestro amor
por Él y ser obedientes nos lleva a ser humildes, a despojarnos de nosotros
mismos como Jesús lo hizo, considerando que despojar es privarse de lo que uno
tiene, Jesús se privo de lo que Él es, de ser Dios, por obediencia y amor al
Padre, busquemos imitar a Jesús siendo obedientes, amando a Dios, despojándonos
de lo que somos, siendo humildes de corazón y en búsqueda de esas cosas
valiosas que son las eternas.
Jesús fue exaltado hasta lo sumo por esa
obediencia y humillación, por lo cual el Padre le dio un nombre que es sobre
todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que
están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua
confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. Busquemos que la
obediencia y la humildad nos lleve a la recompensa eterna, para que nuestro
nombre no sea borrado del libro de la vida, para que seamos encontrados gratos
ante Dios, que el Espíritu Santo nos guíe para que esto sea una realidad en
nuestras vidas.
Gloria a Dios por habernos atraído a Él, por poner tanto el querer como
el hacer en nuestra vidas, por haber dado la mayor muestra de amor por
nosotros, por renovar su misericordia cada día, por ser el amor mismo, gracias
por ser nuestro hermoso Dios.
Por Claudia Torres
@CloeTowers
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