miércoles, 12 de septiembre de 2012

El Espíritu y la voluntad de Dios (Por John MacArthur)


Ezequiel 36:27 y pondré dentro de vosotros mi Espíritu y haré que andéis en mis mandamientos y guardéis mis decretos y los pongáis por obra.

El Espíritu Santo siempre ha guiado y continuará guiando a los creyentes a conocer la voluntad de Dios.

Uno de los ministerios más prácticos del Espíritu es ayudar a los creyentes a conocer y seguir la voluntad de Dios.

Ezequiel 36:27 indica que el Espíritu siempre ha estado dispuesto a guiar al pueblo de Dios. Isaías nos recuerda, siglos antes del tiempo de Ezequiel, del Señor "¿Dónde está el que puso en medio de él su Santo Espíritu? ¿El que los guio por la diestra de Moisés con el brazo de su gloria?" (Isa 63:11-12)

Los acuerdos en el Concilio de Jerusalén en Hechos 15 muestran maravillosamente cómo el Espíritu dio dirección a la iglesia del Nuevo Testamento. El Concilio convino en determinar qué principios de conducta la iglesia primitiva guiada por judíos debería poner sobre los convertidos gentiles que ahora estaban en la congregación. Después de mucha discusión, el Concilio tomó la importante decisión de que no era necesario añadir la ley de Moisés como un medio de salvación.

El Concilio asentó sus recomendaciones concisas en una carta que fue el resultado de un consenso guiado por el Espíritu entre los apóstoles y ancianos: "porque ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias" (Hch 15:28) Los líderes estaban confiados de que su decisión vino de la mente del Espíritu Santo como lo reflejó la Escritura, por lo tanto sabían que era correcto y de acuerdo a la voluntad de Dios.

Rom 8:14 dice: "porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios" y nos anima a que nosotros también podemos estar seguros de la guía del Espíritu. Si somos fieles a escuchar, leer y estudiar la Palabra, si luchamos por obedecerla y somos sensibles al Espíritu Santo, Éste nos guiará a la perfecta voluntad de Dios para nuestras vidas (ver Salmo 119:105)

Por John MacArthur

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