viernes, 14 de junio de 2013

Jesús y yo (Por Josh McDowell)


Rom 3:25 Dios hizo que Cristo, al derramar su sangre, fuera el instrumento del perdón.

La siguiente demostración es una manera fabulosa de presentar la profunda verdad de que Jesús murió por nuestros pecados. Necesitarás un huevo crudo, un envase de lata vacío (abierto en un extremo), un trozo pequeño de madera y un martillo. Luego haz lo siguiente frente a tus amigos y familiares:
  • Coloca el trozo de madera sobre la mesa y sobre él acomoda el huevo con cuidado. Por ahora, ten escondido el envase, pero pon el martillo sobre la mesa.
  • Di: "Este huevo nos representa a cada uno de nosotros. La Biblia dice que todos hemos pecado, y que el castigo de Dios por el pecado es la muerte".
  • Muestra el martillo. "Este martillo representa el castigo de Dios por nuestros pecados".
  • Sostén el martillo encima del huevo y di: "¿Qué va a pasar cuando le dé un golpazo al huevo con este martillo?". Quizá los presentes respondan diciendo cosas como: "¡Un gran salpicadero!" o "Huevo batido" o "Un salpicón de huevo".
  • Muestra el envase de lata y cubre con él el huevo.
  • Dale un fuerte martillazo a la parte de arriba del envase. El sonido del golpe probablemente sobresalte a todos.

Si todo te sale bien, tendrás un envase bastante abollado, pero cuando lo levantas encontrarás al frágil huevo todavía intacto. Y aquí es donde impresionarás a todos con tu percepción espiritual:

Jesús recibió el golpe en lugar de nosotros, igual como el envase de lata recibió el golpe en lugar del huevo. La Biblia dice que muriendo en la cruz en nuestro lugar, Jesús se colocó entre nosotros y el juicio de Dios por nuestros pecados. No podríamos sobrevivir la ira de Dios contra nuestros pecados igual como el huevo no hubiera podido permanecer intacto si le hubiera dado un martillazo directo. Pero no tenemos que sufrir el juicio de Dios gracias a la disposición de Jesús de dar su vida por nuestros pecados. Escapar de la ira de Dios es un regalo que recibimos sencillamente por confiar en Jesús.

Ahora observen el envase abollado. Piensen en lo que le costó a Dios perdonarnos nuestros pecados. Durante las últimas horas de su vida, Jesús —que no había hecho nada malo— fue objeto de maldiciones, burlas, escupidas y azotes. Le colocaron una corona de espinas en la frente. Y fue clavado en una cruz.

Ese fue el enorme precio que Jesús pagó por nuestros pecados. Pero también representa el asombroso valor que tenemos para Dios. Dios nos amó tanto que envió a su Hijo para morir por nuestros pecados y así pudiéramos ser sus amigos.

Por Josh McDowell

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